lunes, 1 de octubre de 2012

Tiempos de negociación

El Fogón
José Ángel Solorio Martínez

Los años 80 fueron intensos en el campo tamaulipeco. La sociedad rural se había expandido, y estaba generando tensiones en su interior a consecuencia de la avidez por la tierra que despertó en miles de hijos de ejidatarios. La incapacidad del estado, para responder a esas expectativas sociales, liquidó la paciencia de esos jóvenes cuya esperanza de mejor vida estaba en un pedazo de tierra para cultivo.

Decidieron entonces, esos núcleos de productores con futuro incierto tomar el camino de la acción directa. La Secretaría de la reforma Agraria (SRA) y la Secretaría de Agricultura y Recurso Hidráulicos (SARH) eran instituciones que operaron con insana intención.

La SARH, por diversas argucias legales, administraba miles de hectáreas de tierras nacionales. Tenía la anuencia y la facultad de entregar en renta esos predios –decía el mandato- “para satisfacer necesidades agrarias”.

Uno de esos gigantescos terrenos –más de 10 mil hectáreas- eran Los Vasos. Era esta enorme poligonal, un desfogue creado para eventualidades que pidieron inundar la región; cada que la creciente del río Bravo crecía –o por huracanes o por lluvias intensas- Los Vasos era utilizados como lugares de alivio y de auxilio para evitar desastres por inundaciones, en áreas habitadas y en parcelas sembradas.

El uso salvador de esas hectáreas no era cotidiano. Su capacidad auxiliadora se concretaba aproximadamente cada década. La mayoría de los años, se utilizaban para la siembra. LA SARH tenía la ordenanza de rentar esas tierras.

Era un precio simbólico: aproximadamente 10 pesos por hectárea.

Esas extensiones, eran arrendadas por altos funcionarios de la SARH, o a muy cercanos amigos de ellos. Eras tierras maravillosas: producían un promedio de 10 toneladas de sorgo por hectáreas. (El promedio regional era de 2.5 toneladas de grano por hectárea).

Esa peculiaridad de la burocracia de la SARH, enardeció a los campesinos.

La Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (CIOAC) y su dirigente, Gregorio Luna Martínez decidieron –luego de decenas de intentos burocráticos para ser beneficiados con contratos de arrendamiento- tomar Los Vasos. Un contingente de casi un millar de hombres sin tierra, se metieron al predio y emplazaron a la SARH a dialogar.

La SARH se rehusó.

Los campesinos construyeron un campamento en Los Vasos y decidieron vivir en ese lugar. Uno de los terrenos tomados, estaba sembrado. El arrendador era el matamorense Juan N. Guerra. Tomó las cosas con filosofía. Mandó decir: “Muy bien. Ustedes tienen razón. Pero yo sembré. Vamos mitad y mitad de la cosecha”.

Era una oferta que no se podía rechazar.

Actuaba yo, como un observador del movimiento. Profesor de matemáticas en la Preparatoria Popular de Río Bravo.

Me dijo Goyo Luna:

“Tráete tu calculadora. Vas a ser el que haga las cuentas con la gente de Juan N. Guerra.”

Llegamos al sitio acordado. El contador pulcramente vestido; camisa blanca, pantalón negro; calculadora en su diestra. Cada quien sus cuentas. Eran aproximadamente 2 mil hectáreas. Casi 20 mil toneladas. Todo derecho.

Dijo el Contador:

-¿Todo correcto?

-Sí. Todo bien.-, dije.

Sobre el escritorio fajas y fajas de billetes de diez mil pesos.

Dijo el Contador:

-Esto es de ustedes; esto otro, es del señor.

“De acuerdo”, dijo Goyo Luna.

Luna desdobló una arpillera de ixtle y guardó el dinero.

Dijo entonces, el Contador:

“Don Juan quiere saludarlos. Está en el Piedras Negras”.

-Muy bien. Ahorita vamos pa’ allá-, dijo Luna.

Salimos de la oficina. Goyo Luna lanzó el costal con dinero en la caja de la camioneta. Se puso al volante. Enfiló hacía el campamento campesino que esperaba en Los Vasos.

Le dije:

-¿No vamos al Piedras Negras?..-

Cuestionó:

-¿Crees que Juan N. Guerra tenga algo que agradecernos?..

“No.”, respondí.

Volvió a cuestionar:

-¿Crees que nosotros tengamos algo que agradecerle a Juan N. Guerra?..

-¿?..-

Machacante replanteó:

“¿Entonces..?




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