martes, 29 de marzo de 2016

El Fogón

El oro de Moscú…
José Ángel Solorio Martínez
           El oro de Moscú, -entiéndase por ello, el apoyo monetario que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), habría entregado a los movimientos sociales latinoamericanos, mexicanos- en Tamaulipas, fue un mito genial. Se inscribió, en los temores vendidos por la Guerra Fría para asociar las luchas populares con ideas “exóticas y extranjerizantes”. 
          Los dirigentes de la Izquierda social tamaulipeca –desde los años 60 hasta los 90-, entendieron muy pronto, que las insurgencias obreras y campesinas tenían que construirse desde la independencia y la autonomía.
          Esa visión, se consolidó con la llegada de Arnoldo Martínez Verdugo a la dirigencia nacional del PCM y su posterior distanciamiento con el estalinismo soviético.

¿Cómo se financiaron organizaciones sociales como el Partido Comunista Mexicano (PCM), la Central Campesina Independiente (CCI, en los tiempos de Ramón Danzós Palomino), la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (CIOAC, después de que el gobierno expulsó a la corriente de Danzós Palomino de la CCI)?..
          Hoy parece sencillo: con una amplia y generosa red de donantes.
          Los espléndidos, eran ciudadanos que simpatizaban o con el movimiento de izquierda fronterizo, o con sus destacados dirigentes. Aportaban con regularidad fondos, para que tanto el PCM como la CCI y luego la CIOAC desplegaran sus actividades.
          Era una estructura transversal, esa solidaria urdimbre.
          Había empresarios, profesores, agricultores, ejidatarios, pequeños comerciantes, médicos y obreros. Recuerdo varios. Dos que eran, polos opuestos en la sociedad riobravense. Uno era ingeniero civil egresado de la UANL propietario de una exitosa constructora y el otro, ejercía con singular optimismo su oficio de agua fresquero.
          Don Pilo Hernández, el comerciante callejero de frutas y aguas, era un hombre chaparrito, moreno, pelo hirsuto, pantalón de mezclilla, playera y un infaltable delantal de tela que le cubría de las molestas espinas de las tunas que a diario pelaba con un filoso cuchillo que de lo brillante y filoso parecía de acero inoxidable.
          Se decía un hombre de Izquierda, porque con sus propios ojos había visto las bondades del régimen de Lázaro Cárdenas.
          El ingeniero Carlos Fernández, era un hombrón güero, tez colorada, llevaba casi siempre coloridas camisas, mocasín y en invierno saco de lana. Era un formidable conversador. Se desprendía de sus charlas, que su postura crítica hacia algunas malformaciones del sistema político mexicano, tamaulipeco, la había construido después del movimiento estudiantil-popular de 1968.
          Don Pilo, atendía a los emisarios del PCM en su oficina: un carrito con tres garrafones de aguas frescas y dos vitrinas donde exhibía sus dulces y sus frutas en la Avenida Madero, en contra esquina de la Escuela Benito Juárez.
Carlos Fernández, en su casa. Una confortable mansión, sobre la céntrica avenida Sonora.
          El responsable financiero, mes tras mes, visitaba a esos dos ciudadanos.
          Tenía que llegar, con un pormenorizado informe de las actividades desplegadas por el PCM y la CIOAC. Y en seguida: un sabroso diálogo, sobre la correlación de fuerzas internacionales, en donde Moscú y la Habana tenían obligados protagonismos.
          Era lo que los donantes recibían a cambio de su dinero: información y la certidumbre de una sociedad por venir más justa y equitativa. 
          Había otros financiadores igual de importantes que Don Pilo y el ingeniero Fernández. Recuerdo a Juan Casanova. Pionero en la región en la siembra de hortalizas, -exportaba toneladas de tomate Sherry hacia Austin, Texas y New York -, lo primero que hacía al recibir los dólares de la venta de sus cosechas, era separar la voluntaria cuota para la CIOAC y el PCM. Sus productivas tierras estaban en Nuevo Progreso, Tamaulipas, justo abajo del Río Bravo.
          Se debe mencionar también, al reynosense doctor Cadena.
          Igual al profesor Alíver López López.
          Al químico Raúl Arellano Díaz.
          Al profesor Juventino Pérez Flores.
          Al licenciado Porfirio Flores Vela.
          Ellos sabían, que los fondos iban a la renta del local de las organizaciones, la compra de material de oficina y al pago de 3 a 5 profesionales –militantes que trabajaban de tiempo completo y que por lo mismo se consideraba que deberían recibir un salario-.
          Gracias a esos soportes, el PCM pudo adquirir un edificio en Ciudad Victoria. Inmueble ubicado a unas cuadras del Paseo Méndez, que luego quedaría en las cuestionables manos del PRD.
          Varios de ellos, ya no están con nosotros.
          Hoy los recuerdo.
          Fueron, el verdadero oro de Moscú…

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