Tangente
Oscar Díaz Salazar
Anita llegó a los quince deseando que sus padres mejoraran sus ingresos y consiguieran pagarle el tratamiento que les recomendó el ortodoncista para corregir una imperfección en su dentadura. Si bien la muchachita tenía un rostro hermoso, sufría tanto, e incluso ya estaba desarrollando un complejo de inferioridad, por el aspecto de su boca. La sonrisa que fue parte de su imagen infantil, ya no surgía con facilidad en la adolescencia, pues era reprimida por la inconformidad que sentía la adolescente con su apariencia.
Los padres de Anita, involucrados en sus propios asuntos, no habían reparado en el sufrimiento de su hija que con mucha vergüenza asimilaba la transformación de su cuerpo infantil, en la figura bastante atractiva de una mujer adulto. En el caso de Anita era muy cierta la frase tan socorrida por las mujeres, la expresión que literalmente es una falsedad, pero con la que no pretenden mentirnos: “No tengo que ponerme”. Lo cierto es que Anita necesitaba ropa, pues sus prendas infantiles ya no le quedaban ni eran apropiadas para ella.
Anita se entristeció cuando supo que no podría ir a la preparatoria a la que asistirían la mayoría de sus compañeros de la secundaria. Su padre le dijo que tendría que ir a la escuela pública, porque no tenía dinero para inscribirla en la institución que ella propuso. La instrucción de su padre la obligaría a levantarse una hora más temprano, tomar dos “Micros” de ida y dos de vuelta, y comer sola, pues los horarios ya no serian compatibles con los de sus hermanos.
Últimamente se sentía cansada y somnolienta porque el calor que sentía en su habitación era tan intenso que la mantenía despierta hasta las cuatro de la mañana, hora en la que refrescaba un poco. El viejo aparato de aire acondicionado que les había regalado la abuela había llegado al fin de su vida útil. Aunque estaba acostumbrada a que sus padres ignoraran sus necesidades, en el caso del clima artificial no dejaba de insistir día con día.
Durante varios días con sus noches, Ana derramó lágrimas. No entendía porque sus padres le negaban el permiso y el dinero para viajar con sus compañeros de salón a la ciudad colonial en la que festejarían el término de sus estudios secundarios.
La muy bella figura de mujer que contemplaba Anita en el espejo, se debía en buena parte a los genes, a la naturaleza, a la herencia de sus padres que sin ser unas bellezas de catalogo, eran ambos bastante atractivos. Pero las largas y torneadas piernas de Anita adquirieron ese aspecto que atraía las miradas masculinas, por el ejercicio que realizaba en los largos y prolongados paseos en bicicleta, uno de los hobbies y deportes preferidos de la jovencita. Pero la bicicleta ya le quedaba chica, ya requería una más grande.
El padre de Ana pospuso indefinidamente el tratamiento dental de su hija, pues todo el ahorro lo estaba destinando a pagar la fiesta de quince años.
En los cálculos del Papá de Ana, la compra de ropa para la hija se podría posponer hasta después del verano, cuando ya hubiera pasado la quinceañera. Ahorita solo necesitaba los uniformes de la secundaria y en las vacaciones con los “shorts” y blusas que tenía era más que suficiente. El único atuendo que le compraría por el momento era el vestido que usaría en la fiesta, un vestido precioso y muy caro que costaba tanto o más que la docena de prendas que demandaba su hija con carácter de urgente
El aparato de aire acondicionado era muy caro, si acaso compraría un abanico, así pensaba el Padre de Ana, a quien más le preocupaba adquirir las botellas del brandy español que tanto le gustaban a los amigos que había invitado a la pachanga por los XV años de su hija.
Muy grande fue la satisfacción que sintió el padre de Ana cuando eligió el mejor salón que había en la ciudad para la fiesta de 15 años de su chamaca. Semanas tardaron en visitar y cotizar los casinos, salones, palapas y todos y cada uno de los lugares que existían en la ciudad para organizar una fiesta. Sin embargo no tuvieron esa misma disposición para elegir la preparatoria en la que Ana estudiaría el bachillerato.
La petición de la bicicleta que tanto deseaba Ana, llevó a su padre – por asociación de ideas – a recordar que debía dar el primer pago de la renta de la limusina que trasladaría a su hija de la casa a la iglesia y de la iglesia al casino.
Al escribir las notas anteriores, texto que si bien puede ser catalogado como ficción, está inspirado en historias reales, lo que pretendo es ofrecer una analogía que me permita mostrarles mi desacuerdo con el festejo de globos aerostáticos que por segundo año consecutivo organiza el gobierno municipal de Reynosa.
En el entretenimiento con globos, aeroplanos, aeronaves ligeras, paracaidismo, bungee, etc., se gastan muchos recursos económicos ¿Cuantos?, no sé, no hay modo de saberlo, pues la transparencia no es un renglón que se atienda con esmero – al menos como lo estipula la ley – en la administración municipal de Reynosa.
Aclaro que a mí también me atrae ese espectáculo, pero me parece de muy mal gusto que se gaste dinero de los contribuyentes y esfuerzo de los empleados municipales (pagados por los contribuyentes) en un evento que muy poco aporta al bienestar de la sociedad reynosense, un “show” de muy corta duración, una actividad que no tiene el carácter de urgente, necesaria o indispensable.
Pero esas son las prioridades de nuestras autoridades… jugar a los globos y a los avioncitos.
Reynosa, Tamaulipas a 25 de abril de 2012
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