Mtro: Luis Pazos |
Ningún gobierno, aunque haya sido elegido en una elección por la
mayoría, puede llamarse democrático si viola los derechos humanos, que
fundamentalmente son el derecho a la vida, a la propiedad y a la libertad. De
esos derechos se derivan otros, como el derecho a trabajar o no, a salir o
entrar de un país, a escoger una ocupación o profesión, a profesar cualquier
religión o ser ateo, a decir lo que quiera, siempre y cuando no ofenda o
calumnie a terceros.
Sin embargo, se han creado falsos
derechos alojados demagógicamente en la Constitución y erróneamente
interpretados. El derecho al trabajo no debe considerarse como que el
gobierno me debe dar trabajo, sino que se me permita trabajar en lo que yo quiera.
El derecho a la vivienda no implica que me regale el gobierno una vivienda,
sino que la pueda adquirir y nadie me la quite.
Los derechos
humanos básicos o garantías individuales, no implican un dar por parte de las
autoridades a los ciudadanos, sino garantizar el respeto a sus derechos que por
naturaleza son parte del ser humano. El Estado debe evitar que me priven de la
vida, que nadie invada mi propiedad y no se me obligue a trabajar, producir o
vender, si yo no lo decido libre y voluntariamente.
El derecho a la
educación, al trabajo, a la habitación digna, entendida como que el Estado
tiene la obligación de dármelos es demagógico y falaz, pues es imposible que
tenga los recursos suficientes para darle trabajo, vivienda digna y educación a
todos.
En un país
democrático deben respetarse los derechos fundamentales del ser humano, pero es
peligroso que en su nombre se creen falsos derechos y expectativas erróneas,
que implicaron un dar por parte del Estado y no un respetar y garantizar.
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