Luis Pazos
La desconfianza de la mayoría de los inversionistas en el mundo, que se ha traducido en una desaceleración económica y desempleo, es debida a los enormes déficit presupuestales gubernamentales en algunos países europeos y en Estados Unidos.
Los congresos de esos países, como el de México el siglo pasado, aprobaron gastos gubernamentales muy por arriba de los que se podían financiar sanamente.
En las décadas de los 70 y 80, el presupuesto deficitario del gobierno mexicano fue financiado con emisiones monetarias, que generaron macro inflaciones y con endeudamientos excesivos, que engendraron enormes devaluaciones.
Esos desequilibrios significaron la pérdida del patrimonio de millones de mexicanos.
Actualmente, por primera vez en la historia de México, el gobierno mexicano presenta un déficit presupuestal menor al de la mayoría de los países europeos y al de Estados Unidos.
El bajo déficit del gobierno mexicano es una de las fortalezas ante los inversionistas internacionales.
Y a falta de reformas estructurales, empantanadas en el Congreso por los partidos de oposición al Gobierno Federal, ese bajo déficit presupuestal es uno de los principales factores de confianza para que se incrementen las inversiones directas, que son precursores de más empleos.
Sin embargo, el mismo partido que ha detenido las reformas para crecer, pide aumentar el déficit presupuestal con el objetivo de enfrentar las deudas excesivas de varios estados donde gobierna y obtener más recursos para un año electoral.
La posición de la Secretaría de Hacienda de no elevar el déficit presupuestal está basada en la experiencia que vivimos el siglo pasado y en una actitud responsable ante una incertidumbre global, donde los bajos déficits gubernamentales son uno de los principales factores que deciden, junto con una legislación laboral flexible y un sistema tributario equitativo, hacia dónde va la inversión, definitiva para lograr más empleos y crecimiento.
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