El Fogón
José Ángel Solorio Martínez
La insurgencia ciudadana de Mier y
de Tampico, Tamaulipas, es un momento y elemento de inflexión en el tejido
social de la entidad. Los mierenses y los tampiqueños con diferentes estrategias
y desde similares posiciones –en Mier el alcalde panista, desesperado encabezó
a la ciudadanía para exigir a la autoridad intervención para frenar la
violencia y en el puerto miles de gentes salieron a manifestarse en las calles
de la ciudad y apersonarse frente a una sesión del Congreso local que en esa
ciudad legislaba- rompieron la actitud pasiva y temerosa de toda la sociedad
tamaulipeca para demandar en forma organizada el fin del estado fallido en la
región.
La indignación de la ciudadanía
porteña se acrecentó ante las declaraciones de los Procuradores que encabezados
por Jesús Murillo Karam vinieron a pronunciar sonrientes –y por eso mismo,
intolerables- discursos mientras la gente tiene una semana viviendo a fuego
cruzado en las calles de ese triángulo de horror y muerte en que se han
convertido Tampico, Altamira y Madero.
El colapso de festividades populares
como el Playazo en Tampico –se congregaron algunos 900 jóvenes cuando
habitualmente asistían de 60 o 70 mil personas a la playa Miramar- es el
reflejo inobjetable del clima de incertidumbre que percibe el ciudadano común y
la explicación palpable de la crisis económica del comercio y los servicios en
la comarca. (Ante la generalización de la violencia autoridades de San Luis
Potosí, Nuevo León y Coahuila alertaron a sus conciudadanos para evitar que
viajaran a Tamaulipas con la oculta intención de que el consumo se quedara en
sus respectivas entidades).
¿A
quién acudir?..
¿A
los alcaldes?...
¿Al
gobernador?..
Los mierenses y los tampiqueños, tomaron
el camino correcto: el reclamo organizado. Y también enfocaron bien sus
indignaciones: hacia el Presidente de la república. Por una razón que se ha
transformado en una certidumbre en la conciencia colectiva de los tamaulipecos:
el poder municipal y el poder estatal han sido arrinconados y reducidos casi a
la nada.
La Presidencia de la república debe
de leer, con prudencia y certeza la actitud de los enfadados. Esta gente, aún
se mueve en el plano de las instituciones. Todavía operan en las coordenadas de
la civilidad y de la protesta política. Y hay que aplaudirlo, y rogar porque
sigan en esa tesitura. Si las respuestas del gobierno federal –última instancia
de la exigencia- siguen siendo insatisfactorias dejarían a esos grupos
sociales, la ruta que a nadie conviene: la rebelión con las herramientas del
último recurso.
La penosa como insoportable
situación de los tamaulipecos, ya está en la Federación. Es en esa cancha, el
plano único a estas alturas, de donde pueden salir soluciones. Las autoridades
locales, han bajado la cortina ante un fenómeno que los aniquiló.
Los enfadados tamaulipecos, están en
movimiento.
Lo inobjetable de sus posturas y la
potencia de las redes sociales están inquietando a amplios sectores de la
ciudadanía tamaulipeca. Es un movimiento social transversal: profesionistas,
empresarios, estudiantes, amas de casa. Sin duda, darán mucho de que hablar en
los escenarios sociopolíticos por venir.
La estructura política está sorprendida. El
PRI tamaulipeco no acierta a responder y procesar esa ira popular; el PAN, se
ve obsceno al pretender montarse en esa circunstancia toda vez que su
Presidente Calderón fue el que nos arrastró a esa abominable guerra y la
Izquierda aldeana se deleita en una frivolidad que la empequeñece.
Los enfadados tamaulipecos, deben
ser bienvenidos. Primero, liquidaron la parálisis social que el miedo había
prohijado en la mentalidad de la sociedad porteña; segundo: es un refrescante
viento en el rostro de la tradicional urdimbre de liderazgos en la región;
tercero: reduce aún más, la expresión de las autoridades y cuarto: organiza la
frustración y la impotencia de miles de tamaulipecos que ya están hasta el copete
de sentir y ver la violencia desbordada en silencio y desde casa.
Los enfadados tamaulipecos,
-mierenses y tampiqueños- han quitado los primeros clavos de la crucificada
ciudadanía tamaulipeca.
Sólo falta, que ésta se levante y
camine…
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