Polvorín
José Ángel Solorio
Martínez
El alcalde de Tampico, Tamaulipas
Gustavo Torres Salinas, tiene un grande problema en la ciudad que no ha podido
gobernar: la caída de su credibilidad entre la población de la zona conurbada.
Cierto: es injusto. Él no es el responsable directo, de la violencia que hoy
azota el puerto. Es una causalidad, tan diversa como múltiple. Lo sorprendente,
es que la población en las redes sociales y en los medios lo culpe de un
fenómeno que él no alcanza a comprender, ni mucho menos imagina cómo enfrentar.
Torres Salinas, estaba muy jubiloso
gobernando con sus amigos
y su familia.
Hasta
que la realidad lo alcanzó.
(En forma por demás reprobable y
absurda declaró: “Nomás fueron tres muertos en Tampico…” Para referir que los
restantes habían perecido en
otros municipios conurbados).
La indignación de los porteños afloró,
cuando el insensible alcalde asistió a realizar honores a la bandera a una escuela
primaria. Trataba, se infiere, de dar a la ciudadanía un mensaje de que “en
Tampico no pasa nada.” Los boletines de la alcaldía, circularon una fotografía
del evento; hicieron arder a los usuarios de Twitter y de Facebook.
Le recordaron, la casi veintena de
muertos, en pleno centro
de la ciudad.
Le preguntaron, si él andaba con sus
escoltas y con su
vehículo blindado.
Le dijeron, que era un alcalde estólido.
Le sugirieron, que se pusiera a trabajar por Tampico.
Para salir al paso del reclamo popular,
Torres Salinas ha dicho que las tres órdenes de gobierno van a enfrentar las
expresiones de inseguridad
que flagelan Tampico.
Infructuosa estrategia.
La gente no le cree.
Se le acabó el sueño de ser gobernador.
Ahora, el Enano del Mal, vive su más
amarga pesadilla…
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