Jose Angel Solorio Martinez |
La
diáspora que viene…
En los años 70, el PRI de Tamaulipas
sufrió una de sus mutilaciones más dolorosas: centenares de militantes, se
marcharon a otra trinchera al considerarlo un partido antidemocrático e inoperante
en la región, para la renovación de sus élites dirigentes. Carlos Cantú Rosas
en Nuevo Laredo, dejó la CNOP y se incorporó al PARM; Edilio Hinojosa López en
Río Bravo, abandonó al tricolor y se sumó a la convocatoria de Cantú Rosas; y
Jorge Cárdenas González en Matamoros dijo adiós al institucional y se adhirió
al llamado del nuevolaredense.
Citamos a esos ciudadanos, por ser
los más relevantes y los que más aportaron con su presencia al emergente
Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, en la entidad. Hay más, muchos
más. Pero luego de sus incursiones en territorios de la oposición, algunos
regresaron al PRI muy campantes. Uno de ellos, el abogado victorense Roberto
Perales Meléndez. O el otro jurisconsulto capitalino, que llegó a ser
Secretario de Seguridad Pública con el gobernador Américo Villarreal Guerra,
Raúl Flores Morán
A aquellos,
podríamos llamarles los de la ruptura definitiva
A los últimos, los de la fractura
fingida, simulada.
El escenario actual, se asemeja más
al de la gran diáspora priista de los sin retorno, del adiós definitivo. A
nivel nacional el tricolor, está agotado: la corrupción y las mal llamadas
reformas estructurales lo desmadejaron. Y a nivel estatal, sufre de los efectos
de una clase política priista cuya corrupción y rapiña les ha dado la
oportunidad de ser parangón nacional de esos antivalores.
Algunos cuadros relevantes del
tricolor, ya se fueron o al PAN –a la búsqueda de empleo y cobijo, toda vez que
su partido los abandonó- o a MORENA, en donde buscan oportunidades y sobre todo
comprensión ante la circunstancia que ahora viven.
Los casos de Felipe Garza Narváez,
Eduardo Gattás –Victoria-, Erasmo González –Madero-, Pedro Carrillo –Altamira-
y Casandra de los Santos –Río Bravo-, son apenas una minucia del
desmembramiento que viene en un futuro muy mediato. La elección del nuevo
dirigente del PRI tamaulipeco, arrastrará más calamidades que beneficios al
tricolor.
Por principio: no llenará las expectativas
democráticas de la militancia.
(Sería absurdo pensar, que una
organización cuya naturaleza es la antidemocracia, pueda cambiar de la noche a
la mañana en un ente absoluta y felizmente democrático).
En seguida: los rescoldos de las
élites tricolores, que actualmente disputan la comandancia, no lo hacen con
vocación de cambio. Al contrario: se mueven con una actitud conservadora:
llegar a la dirigencia, para seguir siendo antidemocráticos y beneficiarse con
los últimos gajos de la franquicia.
Es decir: el PRI de Tamaulipas, es un
ente obliterado.
Si quitan el tapón es un problema.
Y si dejan el tapón, persistirá el
problema.
(Entiéndase por tapón, a la espuria
Aída Zulema Flores Peña).
Esa es la triste referencia de un PRI que fue desangrado por una
militancia cupular insaciable y cleptómana –como se autodefine Duarte el
veracruzano-.
¿Cuándo dejarán en manos de la
militancia el destino del PRI de Tamaulipas?..
Al parecer nunca.
O al menos eso es lo que piensan
Eugenio Hernández Flores y Egidio Torre Cantú, que no sacan las manos del
proceso de elección de la nueva dirigencia.
Lo que hace pensar en la certeza de
que los escurrimientos se incrementarán es la actitud de la dirigente Flores
Peña ante la partida de varios cuadros: sólo atinó a quitar la fotografía de
Felipe Garza Narváez de la galería de los dirigentes estatales. Dejó de ir la
oportunidad de analizar, desde la crítica y la autocrítica, las causas del
abandono de militantes que en el pasado se esforzaron por hacer un PRI
triunfador e influyente en el paisaje político regional.
(Aporte, con el cual ahora lucra doña
Aída Zulema).
Es sencillo: sin reflexión no hay
acción reivindicativa.
Y sin reflexión, no hay liderazgo que
valga.
Lo que se ve, no se juzga: lo peor,
está por venir…
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