La
muerte y la desesperanza…
José
Ángel Solorio Martínez
He visto y
recorrido, todos los infernales círculos de Dante. Desde Matamoros, a Nuevo
Laredo. Y desde Río Bravo, hasta Tampico. Esos dos trayectos, son una
gigantesca “T” de tragedia; ha sido, –y sigue siendo- una monumental cruz de
sacrificios. Mi tempranero oficio –en Monterrey, antes de inscribirme en la
Universidad, mi hermano me llevó a trabajar en una funeraria de su propiedad-
apenas me sirvió para ver con cierta frialdad, pero con mucho dolor, el pecado
capital –creo- de mayores penas: el despojo de la vida de un sujeto a manos de
otra u otras, personas.
Aquí no hay Beatriz que aminore los
dolores con amores.
Ni Beatriz, que incremente los amores
con expiaciones.
Son los infiernos y punto.
Sobre esas vías pude ver cuerpos
inertes, inánimes; vehículos incendiados, con despojos humanos aún humeantes;
mujeres casi niñas, mutiladas y vejadas todavía sangrantes por el sitio en
donde la anatomía de salón dicta que debería estar la cabeza; jóvenes,
imberbes, lacerados y con tiros de gracia que les desprendieron la mitad de sus
rostros; gringos asustados, hincados, sollozando, por el terror y la impotencia
del atraco en despoblado.
Vi y escuché, el crispante llanto de
padres y madres de familia con niños en brazos y otros niños de la mano,
jadeantes, a pleno sol y en parajes hostiles, mascando la hiel del miedo y
transpirando odio -¿cómo pensar en poner la otra mejilla?- tras ser afectados
por salteadores de caminos.
Sentí el olor de la muerte y el sabor
de la desesperanza.
La muerte, apesta a víscera.
La desesperanza, tiene un marcado
sabor a hiel: amarga y un tanto nauseabunda.
He visto, la muerte más dolorosa. La
muerte más lacerante: la muerte vaporosa, inasible. El luto permanente; el
duelo interminable; el aullido eterno: el desaparecido.
Pude ver, madres y padres llorar por
sus hijos sin lágrimas, de las tantas que ya han derramado por ese pesar
imperecedero.
Como apestoso vaho sobre mi rostro,
cayó la desgracia de ver la sangre de mi sangre, secada por el viento y el sol,
en punzantes pedazos negros hostigados por estúpidas moscas en una primavera
para olvidar.
Todo eso he visto.
¿Cuánto más durarán esos infiernos?..
Nadie lo sabe.
Lo único cierto, es que se está
escribiendo una de las páginas más ominosas y siniestras de la historia del noreste
mexicano. En cinco años de esa irracional violencia, se han perdido miles de
tamaulipecos valiosos; se han ido al caño, miles de proyectos productivos; se
han apagado, centenares de propuestas culturales y se han oscurecido todos los
futuros.
¿Quién ganará la guerra?..
Eso no importa.
Ya ha perdido –y muchísimo-, la
agredida y maltrecha sociedad civil norestense.
¿Podrán quebrar nuestra esperanza,
esos inhumanos escenarios?..
No lo creo.
He visto, también, la determinación
de los sanfernandenses para reconstruir sus vidas cotidianas y su bizarría para
sanar las abiertas heridas. La irredenta actitud, de los fronterizos que bajo
granizadas de plomo sostienen la bandera de la productividad y de la fe en un
mejor porvenir. He convivido, con tampiqueños que con el bestial enemigo
enfrente, insisten en atrincherarse en su ciudad y en sus negocios esperando
ver la luz del nuevo día.
Los gobiernos y los candidatos, poco
aportan a la esperanza.
Los únicos que pueden inyectar fe y
confianza a nuestras convicciones son aquellos ciudadanos ultrajados, que a
pesar de ello, insisten en la práctica de aquella conseja popular:
-A Dios rogando…y con el mazo dando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario