lunes, 4 de agosto de 2014

Los costos del desarraigo…

El Fogón
José Ángel Solorio Martínez
Todos los precandidatos a la gubernatura de los más competitivos partidos en Tamaulipas –PRI y PAN- han pasado por las urnas, excepto el legislador Marco Antonio Bernal Gutiérrez. El tema, no es menor. Enfrentar el consenso o el disenso ciudadanos, por la ruta de la elección directa proporciona potencia o impotencia para emprender proyectos políticos futuros.
           Bernal es un caso sui generis de la política tamaulipeca. Toda su carrera la ha hecho en la ciudad de México. Siempre pegado a la Nomenklatura –ese monstruo burocrático tricolor que administra el poder del PRI- ha obtenido grandes logros: diputado federal dos ocasiones y senador en otra oportunidad. Esos escaños, los ha disfrutado sin sudar la camiseta: ha sido parlamentario por la vía plurinominal. Es decir: sin realizar campaña en tierra.
Marco Antonio, es como esos generales que lograron el grado sin disparar un solo tiro. Lo que ha ganado, lo ha obtenido desde su función de intelectual orgánico de su partido. Ese ejercicio, lo ha transformado en un cuadro recluido a la soledad de los cuartos de guerra y a los penumbrosas áreas de la reflexión partidista. Tales tareas, y tales peculiaridades de su personalidad, delinearon su ejercicio político: es un hombre individualista y ajeno a proyectos colectivos.
           En otras palabras: en más de 30 años de militancia, no ha sido capaz de construir un equipo –él es subordinado de un grupo, el salinismo hoy capitaneado por Manlio Fabio Beltrones- con el cual aterrizar en Tamaulipas en caso de que el PRI le entregue el soñado premio mayor. Un tiempo, cohesionó parte de una clase política agraviada por Manuel Cavazos Lerma pensando que sería suficiente para ganar la candidatura al gobierno de su estado.
           No le alcanzó.
           Enfadado, amargado por la derrota a manos de Tomás Yarrington se refugió en su inseparable y amado amigo: el alcohol. Y más: dejó en el abandono a aquellos tamaulipecos que creyeron en él. La escasa red política que había construido, murió de inanición y de pena por su ingratitud.
           El matamorense, nunca había estado tan alto como ahora. Desde la comisión parlamentaria que le tocó –la de la Reforma energética- se capitalizó y de nueva cuenta trabaja para el regreso a Tamaulipas. Su cercanía a los factores de poder nacionales, le han hecho pensar que tendrá una nueva oportunidad de servir a los tamaulipecos.
           ¿Está vez sí podrá?..
           Con escaso interés por su estado, Bernal hoy ha lanzado varios guiños a los electores de su estado. Tiene un sitio Web, en el cual promueve lo bello que tiene Tamaulipas. A decir verdad, es muy poca cosa para pensar que es una campaña para posicionarse entre sus paisanos. Sobre todo porque otros aspirantes, ya poseen un tejido social de aliados muy amplio y en movimiento.
           Bernal apuesta todo al Gran Dedo. O sea: ha puesto sus deseos en una sola canasta. Y tiene razón: ese factor es uno de los más importantes para cualquier político. Y tendría absoluta razón, si estuviéramos en los años 80; década, en que el Presidencialismo a pasar de los candidatos, ganaba elecciones en las entidades. Las oposiciones y la ciudadanía han cambiado. El PRI, ha se ha transformado.
           La construcción de una candidatura a gobernador, está cincelada por muchísimos más factores que en la época de la Presidencia hegemónica. Tamaulipas tiene hoy, un panismo realmente competitivo: las dos elecciones federales recientes fueron ganadas absolutamente por sus candidatos; exhibe una ciudadanía bastante crítica –en regiones los electores votan hasta por tres partidos, o candidatos, diferentes- que razona con más profundidad el sufragio; y las imposiciones en cualquier partido, resultan muy caras por los costos que el electorado suele cobrar.
           En suma, Bernal sólo tiene una oportunidad: una decisión unilateral y al estilo del anacrónico PRI. (Esto sería equiparable a los éxitos que el matamorense ha cosechado en el pasado: el sendero sencillo, facilito: el plurinominal).
           Del amplio espectro de precandidatos que el tricolor muestra hoy, el socio de Manlio sería el más caro de vender a una ciudadanía tamaulipeca escéptica y desconfiada.
           Su afición etílica, es lo de menos.
           Su entrega de los recursos petroleros al capital extranjero, es una minucia.
           El asunto, son los votos.
            Esa es la cuestión…

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