El Fogón
José Ángel Solorio Martínez
El Tamaulipas posrevolucionario, ha vivido siete
etapas políticas por los impactos del escenario nacional:
1.- La carrancista, de 1917 a 1921.
2.- La aguaprietista de 1921, que luego se
convertiría en portesgilista hasta 1947.
3.- La alemanista: de 1947 a 1957.
4.- La Nacionalista revolucionaria: de 1957 a
1988.
5.- La Neoliberal de 1988 a 2000.
6.- La Alternancia en la Presidencia: 2000 al
2012.
7.-La Reinvención del presidencialismo priista:
2013. Tamaulipas no es una isla. Los efectos e
impactos de los movimientos nacionales, han llegado en ondas expansivas que han
delineado los escenarios locales. Cada una de esas épocas, han impreso su
legado en el cuerpo sociopolítico de la entidad.
Tras el triunfo de Carranza, el país quedó dividido. Las regiones aún
con dinámicas internas autónomas se resistieron a recibir orientaciones del
Centro sin objetarlas. Nuestro estado vivió días turbulentos. Asonadas para
desconocer gobernadores –que no era otra cosa más que deseos de autonomía
regional-, Congresos endebles y gobernadores frágiles fue el resultado de esa
tensión entre el naciente nuevo régimen, su principal conductor y los factores
locales.
El
aguaprietismo, llegó para iniciar el momento de orden y de institucionalización
de la lucha por el poder local. Emilio Portes Gil, emergería como el hombre
fuerte de la posrevolución y se transformaría en el interlocutor válido entre
el poder regional y el poder nacional en vías de consolidación.
Como uno de los grandes animales políticos tamaulipecos, Portes Gil
aprovechó al máximo la larvaria consolidación del poder presidencial y mandó en
Tamaulipas hasta 1947 con leves intermitencias.
Es decir: coexistió
con el poder nacional bajo un acuerdo: él se encargaba de resolver la política
en la entidad al tiempo de operar como un ente institucional con el Presidente.
El alemanismo,
manejó el estado diez años. Depuso al gobernador portesgilista, Hugo Pedro
González Lugo instalando en la gubernatura a Raúl Gárate y luego ubicó a
Horacio Terán Zozaya. Dio inicio así, el fin de la hegemonía de las fuerzas
locales para definir los candidatos a la gubernatura.
El Nacionalismo
revolucionario, impactó fuertemente en Tamaulipas. El poder central decidió que
los asuntos políticos de la federación –candidaturas a diputados federales y
senadores incluyendo gobernadores- eran de exclusividad suya y sus muy cercanos
amigos y aliados. Los gobernadores, fueron acotados a opinar ya definir sólo
alcaldías y diputaciones locales.
El
Neoliberalismo, no cambió las formas de hacer política; cambió la estructura
tradicional sociopolítica en la región. Se desmanteló la envejecida burocracia
obrera e intentó –sin lograrlo- suplantar al PRI por un tejido gubernamental
que denominó Solidaridad. La medida, facilitó el arribo de cuadros adversarios
de la vieja clase política que habríamos de ubicar como nacionalistas
revolucionarios. El Presidente siguió operando como actor esencial en la
definición de la gubernatura.
La Alternancia
en la Presidencia, regresó la tutela de la candidatura a la gubernatura, de las
diputaciones federales y senadurías. El inédito fenómeno de Presidente
panista-gobernador priista, prohijó por comodidad y equilibrio, que los
gobernadores actuaran como una especie de Virreyes. Se adhirieron a todas las
políticas nacionales del Ejecutivo federal azul, y a cambio éste les dejó
gobernar casi unilateralmente la entidad. Así gobernaron Tomás Yarrington y
Eugenio Hernández Flores.
El tiempo de la
Reinvención el presidencialismo priista, trae otras circunstancias. Su afán
centralizador- la reforma hacendaria, energética y política son indicios de esa
tendencia- no muestra augurios felices para las fuerzas políticas locales. El
movimiento pendular del poderío presidencial, lleva al tiempo de Tamaulipas a
coincidir con el tiempo del endurecimiento del poder central.
No hay con qué
resistir.
Ni hay actores,
que puedan ripostar.
El 2015, será
apenas una minúscula señal de la nueva divinidad tricolor.
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