Polvorín
José Ángel Solorio
El discurso de Ramiro Ramos se desinfló a los primeros minutos de haber comenzado. Casi mil priístas de todos los rincones de Tamaulipas, esperaban una arenga emotiva, agresiva, sustanciosa y triunfadora.
El dirigente del PRI tamaulipeco, a media intervención casi se le acabó la voz.
El auditorio sin motivación, escarbó sus bolsas y sus bolsos; sacó sus celulares e inició una especie de competencia de lanzamiento de textos.
Pedro Joaquín Coldwell, cuchicheaba con el gobernador.
Los consejeros enfrentados con sus Blackberry, estaban perdidos para la causa.
Ramos ni se daba por enterado.
Auto considerando su discurso como conceptuoso y apantallador, seguía con su perorata. Sentía seguramente que estaba cautivando a sus correligionarios. Y en cierta forma sí: centenares de ciudadanos institucionales, fingían estar concentrados en los dichos del neolaredense.
De cuando en cuando, tímidos aplausos.
El priismo ya quería escuchar a Coldwell. Uno de los artíficies del regreso del PRI a Los Pinos e innovador político: fue el creador de uno de los movimientos sociales más beligerantes que se recuerden: yo soy#132.
El dirigente nacional sufrió para despertar al priismo tamaulipeco.
Al final del encuentro, el líder del PRI y su Secretaria General –su anodina pareja política- pasaron al anonimato.
Coldwell salió radiante del Consejo Político. Sus enormes coletazos de brontosaurio convirtieron en inocentes lagartijas a Ramiro y a Doña Amelia...
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