A finales de diciembre de 1994 un grupo de guerrilleros atacó un cuartel cerca de San Cristóbal de las Casas, Chiapas.
Los soldados se defendieron y persiguieron ya de noche a los atacantes, mataron a algunos de ellos que iban al frente: humildes indígenas con rifles de palo que, a lo lejos, parecían de verdad.
Los guerrilleros que dispararon iban atrás. Lograron su cometido, que los soldados mataran indígenas.
Días antes llegaron varios representantes de organismos de derechos humanos y periodistas norteamericanos a San Cristóbal, que ya sabían lo que iba a suceder.
La AFL-CIO, máxima organización sindical en EUA, acusó al gobierno de México de represor, de violar los derechos humanos y pidió la anulación del Tratado de Libre Comercio con México.
En ese teatro, montado con el apoyo de sindicalistas de EUA, los indígenas hicieron el papel de víctimas y quienes los pusieron a disposición de los guerrilleros fueron los teólogos de la liberación (véase el libro ¿Por qué Chiapas?)
Ahora el señor Sicilia, discípulo de los teólogos de la liberación, utiliza la muerte de su hijo para reivindicar el mismo programa por el que teóricamente peleaba el subcomandante Marcos: mandar el ejército a los cuarteles, cumplir con los Acuerdos de San Andrés Larráinzar, cubriéndose con organizaciones que utilizan los derechos humanos para disfrazar su filiación política.
Cuando oímos hablar de algunos familiares de víctimas del delito, como Alejandro Martí, María Elena Morera e Isabel Miranda de Wallace, vemos que en realidad buscan un país más seguro; mientras el llamado “subcomandante Sicilia”, antes completamente desconocido, junto con algunos vivillos conocidos por manipular los derechos humanos que le dicen lo que tiene que leer, ha utilizado sin ningún recato la muerte de su hijo para lograr popularidad y revivir las peticiones que el subcomandante Marcos hizo en sus giras a mediados de los 90.
Sentimos el asesinato del hijo de Sicilia, como las de otros padres mexicanos, pero denunciamos su falta de ética y de espíritu cristiano, al usar la muerte de un ser querido, como Marcos utilizó la de los indígenas, para lograr fines políticos muy diferentes a la paz y seguridad para los mexicanos.
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