Luis Pazos
La violencia que ejercen los monopolios de taxistas contra otros medios de transporte y la repartición de territorios entre grupos y sindicatos de taxistas, se ha convertido en un factor que molesta, encarece y asusta al turismo en varias partes de la República.
En los Cabos, Baja California Sur, no me llevó un medio de transporte al hotel por miedo a las represiones de las autoridades estatales, coludidas con grupos de taxistas que, aunque no den el servicio al lugar donde recogen al pasajero, no permiten que lleven a un pasajero a un hotel si ahí no lo recogieron. En ese Estado los taxistas han bajado de camiones a grupos de turistas en la carretera porque no utilizan sus servicios, ante la pasividad de las autoridades.
En Chetumal, Quintana Roo, una camioneta que me iba a recoger en el aeropuerto para llevarme a unas ruinas cercanas, no pudo entrar al estacionamiento, porque lo impedían los taxistas que tienen el monopolio, había que caminar en el sol unos 200 metros para tomar el transporte fuera del aeropuerto, tal como si el aeropuerto y su estacionamiento fueran de la propiedad del monopolio. Y aunque no hay ningún reglamento o ley que justifique esa actitud, los policías a cargo del aeropuerto protegen al monopolio de taxistas.
Cerca de Punta Mita, en el Estado de Nayarit, le pedí al taxi que me transportaba, parar en un Walmart para comprar botellas de agua. Cuando regresé había taxistas del sitio de ese supermercado, apoyados por una patrulla estatal, amagando al chofer de mi taxi y pidiéndole dinero porque había parado ahí “sin que fuera su territorio”. Los policías se escudaron diciendo que eran arreglos entre los grupos de taxistas.
Una de las razones por las que grupos de taxistas actúan con arbitrariedad e impunidad en varios estados, es porque apoyan en épocas electorales al partido de los gobernantes locales, quienes a cambio les permiten que actúen al margen de la ley y en perjuicio de los usuarios del transporte y de los turistas.
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