El Fogón
José Angel Solorio Martinez
Septiembre 09/ 2014
Cleofás Diaz, hombre ejemplar. Llegó
del vecino estado de Veracruz a establecerse en Tampico, en donde a golpes de
trabajo y de esfuerzo erigió una respetable fortuna y dio lustre a su nombre
hasta alternar con hombres poderosos del puerto.
Recién llegado de su tierra natal,
se puso al frente de un coche y lo incorporó como transporte público.
Su habilidad al volante, fue su
mayor fortuna. “Seboso”, fue el calificativo que los usuarios dieron a los
tripulantes de esos carros de ruta. Por una razón: casi todos, andaban
desaliñados, sudorosos y los asientos del vehículo por alguna razón siempre
estaban cubiertos de grasa.
Durante años, vivió “del sebo”. (Así
denominan los choferes -con cierto orgullo-, su trabajo de choferes). El
chafirete Díaz, habilidoso como pocos en las calles jaibas un buen día fue
recomendado al empresario Álvaro Garza Cantú quien requería un chofer de
confianza.
Años, sirvió con diligencia y discreción
a Garza Cantú.
Cleofás es un típico totonaca.
Macizo, chaparro, pelo negrísimo y piel cetrina.
Mirada de soslayo. Sólo habla lo
necesario. Tiene, un desarrollado olfato para los negocios.
Con el tiempo y eficacia, el
veracruzano se ganó la confianza y el aprecio de su patrón. Responsable, –nunca
se supo que hubiera fallado un día al trabajo- atento y respetuoso.
Con la cordialidad construida en la
relación con el político, se atrevió a solicitarle un préstamo para un negocio.
Álvaro accedió. Varias semanas, se
metió de lleno a levantar su empresa.
Ubicó un sitio sobre la transitada
Avenida Universidad e instaló en un sótano, un innovador –para el momento-
antro: se especializó en strippers.
Lo bautizó como La Piña; muy
probablemente en recuerdo a ese producto que tan bien se cosecha en su natal
Veracruz.
Triunfo total: sin rubor, las
ricachonas damas del puerto abarrotaron el lugar. Su fortuna empezó a
ampliarse.
Tiempo después, La Piña cambió de
giro. Cleofás, decidió transformarla en un alucinante Table Dance. Iridiscentes
morenas llegadas de lugares tan exóticos como Tantoyuca, Platón Sánchez y
Coatzacoalcos, convirtieron en memorable y legendario el sótano de Avenida
Universidad.
Leal como pocos, siguió conduciendo
el vehículo de Garza Cantú. Echaba periódicas vueltas a su establecimiento y
puso al frente de su pesero a su hermano.
La almibarada vida del jarocho,
cambió con la llegada al sur del estado de Marco Antonio Bernal Gutiérrez.
Buscaba la gubernatura de Tamaulipas. Y lo apoyaba con todo su jefe Álvaro
Garza Cantú. Es más: vivía, comía y bebía en el Hotel Posada.
El hasta esas fechas afortunado
Cleofás, se sumó a los trabajos del matamorense por la candidatura: fue
asignado como chofer del aspirante.
Por las noches, Cleofás llevaba a
Bernal a La Piña. Diversión a granel. Por supuesto: barra libre. (Las cuentas
presumiblemente se le giraban a Garza Cantú).
Al final, con la derrota a cuestas
Marco se marchó de Tampico.
Lo había hecho polvo, Tomás
Yarrington.
Ni siguiera se despidió del cochero
Díaz.
Fue el inicio de su martirio. Álvaro
lo había apuntalado para que el gobernador lo instalara en la Comapa de la zona
conurbada.
Ahí cobraba. Y en esa dependencia,
conoció a Norma Hernández contadora que se desempeñaba como Directora de
Finanzas mientras que Díaz era Director de Comercialización.
Yarrington, transpiraba rencor. Y
decidió castigar a los bernalistas.
Le endilgó un fraude, de dos
millones de pesos a Norma. Fue a juicio y terminó en la cárcel. Dos años estuvo
recluida pagando su militancia en el proyecto de Marco Antonio Bernal
Gutiérrez.
Un hijo suyo, nació en prisión.
Ingrato el matamorense: nunca metió la mano por ellos.
Cleofás, se salvó por un pelito.
Por esos días, ya con su compañera
libre, dicen que dijo: “Ni siquiera dijo adiós; ni pagó los tragos y las tachas
que consumió en La Piña…”
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