El Fogón
José Ángel Solorio
Martínez
Julio 05/ 2014
La clase política tamaulipeca, ha
procreado varios fenómenos.
Uno de los más aterrorizantes
especímenes, de esa disfuncional fauna son los tránsfugas.
Es decir: aquellos militantes de un
partido que por razones diversas, se mudan a otra organización política en la
búsqueda de mejores oportunidades.
(Es obvio: a quien le va bien en un
partido, no tiene por que abandonarlo).
Los
politólogos le llaman a esos ciudadanos, pragmáticos. La militancia popular
–esa a quien los filósofos condescendientes, le llaman la vox dei- los ha
clasificado como chaqueteros.
Este último ampuloso concepto,
engloba a políticos que han cambiado de chaqueta; es decir, que han mutado de
colores y de principios.
Se conoce el caso, de centenares de
esos curiosos engendros de nuestra incipiente democracia tamaulipeca.
En la coyuntura actual, tres son los
más prominentes.
Son destacados, porque hicieron sus
carreras en partidos diferentes al PRI y hoy, aspiran a ser abanderados del
partido que en el pasado combatieron con rencor y denuedo.
El primero es Diego Guajardo
Anzaldúa; la segunda, es Magdalena Peraza Guerra y el tercero es Alfredo
Treviño.
El primero, fue candidato del PAN a
la alcaldía y desde ahí, derrotó al PRI y a sus candidato; la segunda, acudió
al PAN para que la postulara a la presidencia municipal de Tampico y aplastó al
aspirante priista; el tercero, no ha crecido tanto como sus dos compañeros de
andanzas: apenas es dirigente de la CNOP tamaulipeca, pero al igual que
Guajardo y Magdalena, se sirvió de las siglas albiazules para buscar llegar al
poder desde esa organización enemiga del PRI.
El artículo 63 de los estatutos del
PRI, reza: “Pierde su militancia quien:
I. Ingrese a otro partido político;
I. Ingrese a otro partido político;
II. Acepte ser postulado como
candidato por otro partido, salvo en el caso de las coaliciones o alianzas
previstas en los presentes Estatutos;
III. Deje de formar parte del grupo
parlamentario del Partido en el órgano legislativo o edilicio a que pertenezca;
y
IV. Apoye públicamente o realice
labores de proselitismo a favor de un candidato de otro partido político, salvo
en el caso de coaliciones o alianzas previstas en los estatutos”.
Ese orden estatutario, sólo fue
violentado por Alfredo Treviño y Magdalena Peraza.
El caso de Guajardo Anzaldúa es
otro: él se declaró priista hace unos meses.
Se ha servido del PAN para ser
alcalde y luego del Partido Verde para ser diputado. Ahora, aspira a ser
candidato a diputado federal por el III Distrito con cabecera en Río Bravo,
Tamaulipas.
Lo mismo Treviño: pretende regresar
de candidato a su natal Río Bravo con la bandera de la CNOP que
desacertadamente conduce. ¿Puede esta tercia ser auspiciada por el PRI, para
fungir como candidatos?..
En el país de todo se puede, es
fácil responder: sí. Claro, que pueden ser postulados. Bajo la lupa de los
estatutos y la prioridad de los intereses de los militantes priistas, esa
posibilidad se ensombrece.
Tanto Magdalena, como Diego,
fungieron con adversarios de candidatos priistas; y los victimaron.
Estos cuadros, lastimados y lanzados
a la oposición en sus comarcas siguieron en el PRI. Sufrieron incluso, los
embates de la autoridad municipal de abierta ostentación panista. (Muchos
priistas de Reynosa, Matamoros, Nuevo Laredo, Tampico, Victoria, Mante y Madero
conocen el ejercicio del poder panista: unipersonal, excluyente y hasta el
borde de rencores…).
La ética partidista, puede ser un
argumento poco válido para declarar inoperante las posibles candidaturas de
Diego, Magdalena y Treviño.
Lo que es irrefutable, es la
demolición de los mandatos estatutarios del PRI; esa decisión, conculcaría los
derechos de la militancia más consistente que aún en tiempos de aciagos temporales
no abandonó sus barcos.
La de Diego, Magda y Alfredo, serían
candidaturas envenenadas. Para el PRI y para quien los promueve. ¿Garantizaría
su padrino, -en caso de ganar- sus estancias permanentes en la curul con la
bandera tricolor?..
No hay que olvidar: la esencia del
tránsfuga, es su movilidad…
EDITORIAL DE
José Ángel Solorio
Martinez
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