Hay quienes hartos de los excesos, de la corrupción, y la impunidad de corruptos y criminales, apoyan como una forma de protesta no acudir a las urnas o emitir un voto nulo.
Comprendo y comparto su indignación; sin embargo, quienes de buena fe o por ignorancia piden votos nulos o no votar, le hacen el caldo gordo, precisamente, a los grupos más corruptos de este país y por cuya pasividad ante la violencia y bloqueo de las reformas estructurales no hemos avanzado lo que deberíamos.
Los cambios, tanto en México como en muchos países, se dan cuando ciudadanos indignados que razonan su voto, acuden a las urnas.
Pero cuando ese sector, generalmente de clase media, se queda en su casa, aludiendo que no vale la pena votar, se consolidan los triunfos de quienes ellos consideran que más mal nos han gobernado.
El no votar no cumple la función de protestar ni de que la clase política mejore, sino de que los candidatos que ganan con votos de acarreados o intercambiados por favores, contubernios y corrupción, tengan más oportunidad de ganar.
Las estadísticas muestran claramente que cuando un menor porcentaje de ciudadanos independientes, que tienen derecho a votar, no se presentan a las urnas, ganan los partidos de los que se quejan.
Pero cuando un mayor porcentaje de mexicanos con voto razonado sale a votar, empiezan los cambios, como pasó en las dos últimas elecciones presidenciales, pero esos cambios todavía no llegan a varios estados, donde siguen ejerciendo el poder sin dar cuentas a los ciudadanos ni respetando las leyes electorales.
Si ningún candidato ni partido merece tu aprobación, recuerda que es mejor votar por el menos malo, que no votar, pues puedes beneficiar al peor.
La democracia sólo da buenos resultados cuando la mayoría de los ciudadanos de clase media, bien informados, que identifican correctamente las causas y soluciones de nuestros problemas sociales, votan.
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