Luis Pazos
Las elecciones democráticas pueden hacer que un país progrese o retroceda si la clase media, racional e independiente, no sale a votar.
En el 2006 estuvimos a punto de dejarle el mando del país a un grupo que lo habría colocado en una posición parecida a Venezuela con Chávez: odio, fanatismo, mentiras y corrupción. Y no hablo sólo por Andrés Manuel López Obrador, a quien le tengo personal estimación, sino por los personajes y grupos que lo rodearon, como el famoso “señor de las ligas”, cuyos actos de corrupción se documentaron por televisión en cadena nacional. A varios de esos personajes no los aguantaron después que perdieron ni el PRD, aunque consiguieron curules gracias a otro partido que los incluyó para mantener su registro.
Ese grupo adopto la premisa de “el fin justifica los medios”: calumnias, dinero ilícito, de todo, si los ayuda a llegar al poder. Yo fui una de las víctimas de su estrategia de rumores y calumnias para desprestigiar a quienes tacharon de demagógica su bandera: “primero los pobres”. En respuesta a las tesis de mi libro “Un populista en 2006”, contrataron a una periodista para calumniarme. Le presenté pruebas a un abogado de las mentiras publicadas en mi contra. Me dijo que en México las penas por calumnia son pequeñas y que los legisladores, escudados en su fuero y algunos periodistas en la libertad de expresión, actúan como si tuvieran derecho a destruir impunemente la reputación de cualquiera.
Esa misma camarilla es la que ya empezó nuevamente con calumnias y rumores como parte de su estrategia para los tiempos preelectorales. Si no marcamos una frontera entre libertad de expresión y calumnias, entre fuero e impunidad para insultar y desprestigiar, no tendremos elecciones de altura, donde el electorado analice diversas opciones serias y no sólo sea espectador de rumores, insultos y calumnias.
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